Empecé danza a los 22 años.
Algunas personas, sin que yo les preguntara, lo cuestionaban mi compromiso, mi entrega, mi disciplina.
La pregunta más recurrente era qué utilidad tiene esto que estás haciendo. 
“¿Para qué lo vas usar?
¿Tiene algún futuro o es sólo un hobbie?
Para ser bailarina profesional ya estás grande”. 
Yo siempre respondía, con cierta incomodidad, que no sabía.
Lo máximo que sabía era que no podía no hacerlo.
En una entrevista le preguntan a Oprah Winfrey, de todas las personas que ella entrevistó, exitosas, que les ve en común. 
Ella responde que todas, de antemano, supieron y decidieron a dónde querían llegar.
Supieron el paso a paso y trabajaron para que cada paso sea en esa dirección.
En la de su visión.
Un discurso contemporáneo recurrente en el denominado camino al éxito, pero que se consume en todos los ámbitos.
Tenés que decidir, tenés que saber a dónde querés ir. 
Tenés que saber “qué te mueve realmente”, “qué te motiva”.
Lo definís, lo decidís, lo sabés, y hacés un plan de acción para llegar a eso. 
Lo repiten todos.
Menos, menos, los protagonistas.
Paloma Herrera, en una entrevista en Infobae, dice que ella nunca imaginó toda su carrera, que nunca tuvo la verdad revelada, su único motor fue no dar nada por sentado. 
Michael Jordan habla de la consistencia, cada día, para hacer lo mejor, para ser el mejor. 
Serena Williams sólo enfatiza en el valor de la disciplina como el camino hacia…
Y yo, sólo me quedo con el compromiso inquebrantable de hacer cada día lo mejor. 

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